Juan Percowicz afirma enseñar filosofía más que espiritualidad o religión, con Gurdjieff presentado por Ouspensky y Dale Carnegie como referencias importantes, pero no exclusivas.
por Massimo Introvigne
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¿Qué aprendieron los alumnos en las clases? La EYBA no se considera un movimiento religioso, y los alumnos mantienen su propia religión si la tienen. Entrevisté a una que me contó que va regularmente a la misa católica, y otra pasó buena parte de su vida como ejecutiva en distintas organizaciones judías argentinas de primera línea. En lugar de “religión” o “espiritualidad”, prefieren usar la palabra “filosofía”. Sin embargo, insisten en que todos y por naturaleza somos filósofos, usemos o no esta palabra. Podemos, sin embargo, reprimir y negar nuestra actitud filosófica, es decir, la tendencia natural a hacernos preguntas sobre el sentido de la vida, pero esto genera estrés, frustración, violencia a nivel individual y social. Es incluso la causa fundamental de la alarmante propagación de las toxicomanías, y de las guerras. Algunos de mis entrevistados eran médicos y psicólogos clínicos e insistieron en que el estudio de la filosofía puede ayudar a resolver graves problemas de adicción, además de mejorar el bienestar general.
Al igual que ocurría con Gurdjieff, la atención se centra mucho más en esta vida que en la siguiente. Percowicz me dijo que personalmente se inclina por la doctrina de la reencarnación y encuentra razonable la idea del karma, pero nadie está obligado a ser religioso ni a creer en ninguna doctrina religiosa en la escuela, aunque hay grupos que estudian -pero desde un punto de vista “filosófico” más que dogmático o teológico- las escrituras sagradas de distintas religiones.
El problema con Gurdjieff es que nunca fue fácil de entender. A pesar de las biografías, conferencias, números especiales de revistas académicas y cursos dedicados a él en varias universidades, el pensamiento de Gurdjieff sigue siendo difícil de comprender para los no iniciados. En los casos judiciales contra la EYBA, la falta de familiaridad de los fiscales con el lenguaje idiosincrásico y el estilo de enseñanza de Gurdjieff explica por qué la jerga de la escuela era a menudo malinterpretada. Gurdjieff era un maestro espiritual severo, que creía que la mayoría de los seres humanos se encontraban en un estado de sueño sin saberlo y necesitaban una terapia de choque, que incluía abusos verbales y exigentes ejercicios físicos para despertar.
Percowicz me dijo que eran métodos quizá apropiados para otro momento histórico. Él nunca los adoptó, pero de Gurdjieff, tal como lo presentó Ouspensky, tomó dos ideas fundamentales. La primera es que una de las empresas humanas más difíciles es observarnos a nosotros mismos. Las primeras etapas del “Trabajo” de Gurdjieff proponen la observación, verificación y aceptación de la verdad de la condición humana a través del estudio, la participación en trabajos de grupo y ejercicios de atención plena (“recuerdo de uno mismo”). En teoría, cada uno de nosotros debería ser capaz de llevar a cabo esta rutina de autoobservación individualmente. En la práctica, sin embargo, dado que el riesgo de autoengaño está siempre presente, el trabajo en grupo con otras personas es indispensable para la evolución. Al trabajar en grupo, la autoobservación puede ser más objetiva; y un maestro experimentado puede hacer que el camino hacia la evolución sea considerablemente más corto.
Gurdjieff también enseñó que en cada persona coexisten muchos “yoes” contradictorios, que compiten entre sí. Este conflicto hace que pensar y actuar de forma unificada sea, en última instancia, imposible. Un conjunto contradictorio de pensamientos, reacciones emocionales y mecanismos repetitivos de autoprotección determina un estado de confusión e infelicidad. Tomar conciencia de este estado es el primer paso hacia el despertar. Como ha demostrado la académica australiana Carole Cusack, Gurdjieff (a quien no le gustaba poner sus ideas por escrito) sí enseñaba un modelo de evolución en el que los humanos se dividían en tipos, aunque el número de ellos varió con el tiempo y cada uno de sus principales discípulos adoptó un modelo ligeramente distinto.
Percowicz utilizó un modelo de siete tipos, y dentro de cada grado introdujo la distinción entre aspirante, formal e informal. Mientras que en los tres primeros niveles los humanos están dominados por una sola característica -física, emocional o intelectual-, en el nivel 4 se alcanza cierto equilibrio, lo que permite pasar a los niveles superiores de evolución 5 (el genio), 6 (el santo) y 7 (el maestro o el ángel). Las teorías de los tipos no son, por supuesto, exclusivas de Gurdjieff. Los alumnos encontraron ideas similares en la novela de Hermann Hesse “El lobo estepario”, que se convirtió en una importante referencia para la escuela. Un estudiante experimentado observó que las diez etapas mencionadas por el budismo Nichiren, tal como las presenta el movimiento budista japonés Soka Gakkai, transmiten los mismos principios, aunque Percowicz me dijo que nunca había leído literatura de Nichiren o de Soka Gakkai. Podría haber encontrado ideas similares en el budismo tibetano, el sufismo y otras tradiciones.
Queda algo de dureza gurdjieffiana en frases que pueden dar la impresión de que los que están en los niveles inferiores, dominados por los “yoes bajos”, apenas son humanos. Pero de hecho la escuela está ahí para acompañarlos en su evolución, y alcanzar los niveles más altos se presenta como difícil pero no imposible. Según la lista que examiné, veinte alumnos habían alcanzado el séptimo nivel, nueve de los cuales eran “7 formales”, entre ellos Percowicz. Se presenta a sí mismo como alguien “que sabe lo que sabe y sabe lo que no sabe”, lo que en sí mismo no es un logro desdeñable. Algunos de sus primeros alumnos lo interpretaron como que, al saber tanto lo que sabe como lo que no sabe, Percowicz de hecho lo sabe todo. Él se tomaba esta interpretación a broma, aclarando que “sabe lo que no sabe” significa que es consciente de lo que le falta aprender. De todos modos, todos los estudiantes a los que entrevisté le estaban muy agradecidos y afirmaban haberse beneficiado de sus sugerencias y puntos de vista, incluso en campos con los que no estaba directamente familiarizado.
De hecho, Percowicz enseña un método más que contenidos. Ouspensky ofrece un punto de vista desde el que se puede movilizar un gran número de autores y textos al servicio de la evolución espiritual, a menudo a través de breves aforismos que luego se comentan en todas sus implicaciones filosóficas. Los textos y autores más estudiados por la escuela han ido cambiando y rotando a lo largo del tiempo. Benjamín Franklin, Thomas Jefferson, William Shakespeare fueron tratados en alguna ocasión, y encontré varias referencias al poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios, “Almafuerte”. Dostoievski tuvo una importancia especial, y la imagen de una partida de póquer en la que las cartas correspondían a frases aforísticas del escritor ruso inspiró un libro publicado en 1993 y una ópera que los músicos de la escuela escribieron y representaron en 1995. Durante el encierro de COVID, muy estricto en Argentina, los alumnos consideraron oportuno meditar sobre “Los Miserables” de Victor Hugo. Los alumnos de la EYBA también crearon subgrupos que exploraban una gran variedad de temas. Uno de ellos fue la astrología, abordada psicológicamente según la escuela de Oskar Adler.
Sin embargo, la escuela descubrió que, aunque la filosofía facilitaba ser mejores seres humanos e incluso superar adicciones al alcohol o las drogas, seguía habiendo problemas. Estos problemas estaban relacionados con el hecho de que constantemente necesitamos comunicarnos con otras personas, que pueden ser muy diferentes a nosotros y a las que no conocemos realmente. La comunicación fue siempre uno de los temas principales de la EYBA, y en un principio se abordó a través de la noción de “el camino de la geisha” (geishado), que proviene de un poema del antiguo maestro de yoga de Percowicz, Dante Parandelli. Los estudiosos de la cultura japonesa saben que una geisha no es una prostituta. Aunque a veces puede entablar relaciones sexuales con sus clientes, los entretienen principalmente con sus habilidades artísticas, musicales y conversacionales y un arte superior de cortesía. “Geishado” significaba en la EYBA adquirir un estilo de refinada cortesía, y se aplicaba tanto a mujeres como a hombres. Cuando se acusó a la escuela de favorecer la prostitución, “geisha”, como sinónimo de una cortesía aristocrática típica de la cultura japonesa, fue sustituido cada vez más por “samurái”, que Hollywood había popularizado entretanto.
Desde 2010, sin embargo, la principal referencia para la comunicación pasó a ser el libro de Dale Carnegie de 1936 “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, uno de los mayores best-sellers de todos los tiempos. El libro de Carnegie creó toda una generación, de hecho, más de una, de empresarios y políticos estadounidenses que creían que podemos cambiar a los demás cambiando nuestra propia actitud hacia ellos. Carnegie es considerado generalmente como el portador de la antorcha por excelencia de los valores estadounidenses de benevolencia moralista. No es la menor paradoja del caso de la EYBA que su omnipresencia en la escuela se interpretara como una forma más de enseñar las siniestras artes del lavado de cerebro y de la manipulación.
De hecho, Carnegie habría estado de acuerdo con la ética tan sencilla de Percowicz, basada en los principios de no hacerse daño a sí mismo y no hacer daño a los demás. Algunos de los primeros alumnos me contaron que, en una época en la que la vida era difícil para los homosexuales en Argentina, se sorprendieron cuando, tras revelar su orientación sexual, les dijeron que la EYBA la consideraba irrelevante. La EYBA también acogía a artistas y músicos cuyo modo de vida era poco convencional. Si una estudiante quería exponer en su apartamento una colección de juguetes sexuales -el famoso “museo del sexo” que he mencionado antes-, u otros querían fotografiarse desnudos, nadie se lo impedía.
La policía creyó haber encontrado un arma humeante que probaba actividades ilegales y abusos cuando encontró en el apartamento de una estudiante de mediana edad (no situado en el edificio de la Avenida Estado de Israel) una vieja fotografía de varios hombres y mujeres desnudos haciendo el amor en la misma habitación, e identificó a dos de ellos como miembros de la EYBA. La fotografía tenía varias décadas, y no estaba claro si estaba relacionada con la escuela ni qué demostraba exactamente.
De hecho, lo más sorprendente es lo poco frecuentes que eran las referencias a la sexualidad en las clases de la EYBA. La policía escuchó diligentemente varios miles de horas de cursos, y salió con un escaso puñado de referencias a la esfera sexual, una señalando que en el Antiguo Testamento abundan los relatos sexuales que muchos considerarían hoy censurables (los eruditos bíblicos estarían de acuerdo), y otra (de 1989) argumentando que todo tipo de experiencias pueden llevar a aumentar el conocimiento de los demás, incluida -bajo ciertas condiciones- la prostitución. Esta frase mencionada en la acusación de 2022 pareció extraña a los estudiantes. Encontraron la clase correspondiente y descubrieron que lo que seguía, y no había sido citado por el juez, era que, por supuesto, la experiencia erótica no deseada es negativa. La clase reza, textualmente, “Pero hay algo con el erotismo que es muy importante que lo tengan presente: nunca debieran realizarlo si no está en vuestra sangre el deseo y la necesidad, porque entonces sí es un pecado, es envenenado cuando no es un evento deseado”. Y más adelante agrega: “El evento erótico no deseado es un sufrimiento, es asimilado a una violación, entonces pienso que es un momento horroroso por el que pasa el ser humano. Es inmoral, aún dentro del matrimonio es inmoral, y tanto es así que, en la jurisprudencia norteamericana, si uno de los dos esposos no lo desea es castigado como violación”.
La sexualidad nunca fue un tema principal, y de hecho apenas se mencionaba, en las clases de la EYBA. Se dejaba en la esfera privada, regida por el principio de que si no nos hacemos daño a nosotros mismos ni a los demás no existe el “pecado” y no deberíamos sentirnos culpables.