De 1993 a 2000, un largo proceso penal intentó demostrar que la EYBA era culpable de abusos sexuales. Todos los acusados fueron declarados inocentes.
por Massimo Introvigne
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A principios de los noventa, la EYBA parecía una organización pequeña pero próspera. Cuando el 5 de junio de 1992 Percowicz presentó la filosofía de la escuela en una conferencia en el Sheraton Buenos Aires Hotel & Towers, el evento había sido declarado de “interés nacional” y había recibido las felicitaciones oficiales del Ministerio de Cultura y Educación, la Ciudad de Buenos Aires y varias otras instituciones. Los músicos de la escuela ganaban reconocimiento nacional e internacional. Carlos Barragán y su equipo de la EYBA iban camino de proclamarse campeones del mundo de magia escénica. Otros habían obtenido premios en los campos artístico, empresarial y médico.
Sin embargo, sin que los miembros de la EYBA lo supieran, el viento de las campañas contra las sectas había empezado a soplar también sobre Argentina. El revés que habían sufrido los activistas antisectas en 1990 en California, cuando en el caso “Fishman” las teorías del lavado de cerebro fueron declaradas pseudocientíficas y excluidas de los tribunales norteamericanos, les había persuadido de que ahora debían multiplicar sus esfuerzos en países distintos de Estados Unidos. Encontraron un terreno favorable en Francia y en España. Con el tiempo, su ideología viajó también a Argentina.


Como suele ocurrir en los casos contra “sectas”, el que golpeó a la EYBA en 1994 comenzó con un conflicto familiar. El 23 de diciembre de 1993, el padrastro de una alumna de la EYBA afirmó que ella se había marchado de su casa porque la escuela le había lavado el cerebro. Mientras la hijastra argumentaba que la verdadera razón era que el padrastro abusaba de ella, el hombre reclutó a otros padres que afirmaban que a sus hijas les habían lavado el cerebro. Algunos contaron historias extraordinarias de niñas obligadas a mantener relaciones lésbicas o a trabajar como prostitutas, y de niños iniciados sexualmente por mujeres mayores, incluidas sus propias madres. Uno de los que contaron estas historias fue el padre de Pablo Gastón Salum, a quien conocimos antes y que hoy es el principal activista antisectas argentino. La madre, el hermano y la hermana de Pablo permanecieron en la escuela. Su padre dijo que Pablo se había ido porque estaba “horrorizado”.
El propio Pablo testificó en el caso y negó la historia de su padre. Dijo que se había peleado con su madre y que había perdido interés por la escuela, a cuyas clases había asistido desde los diez años, pero que no había visto nada impropio en ella. Más tarde, sin embargo, tras nuevas peleas familiares -en una de las cuales su hermano denunció que le había amenazado con un cuchillo- Pablo volvió a declarar y dijo que la primera vez había hecho una declaración falsa siguiendo instrucciones de Percowicz. Apoyó la historia de su padre diciendo que los jóvenes de la EYBA eran iniciados sexualmente por mujeres mayores, incluida su propia madre, y añadió detalles escabrosos sobre orgías y prostitución. Afirmó que la EYBA era la “secta” más peligrosa que operaba en Argentina. La carrera de Pablo como “apóstata profesional” anti-EYBA había comenzado. Mientras tanto, Percowicz y otros treinta dirigentes y estudiantes de la EYBA se encontraban bajo investigación penal.
El juez Julio César Corvalán de la Colina tuvo que poner orden en lo que parecía un embrollo sin solución de declaraciones contradictorias. Le llevó varios años, ya que el caso se había iniciado en 1993 y su decisión estaba fechada el 11 de mayo de 2000, la cual fue confirmada por la Cámara de Apelaciones el 28 de diciembre del mismo año y por la Cámara de Casación el 10 de septiembre y 28 de noviembre de 2001. Es una sentencia argentina de hace veintidós años. Tal vez dedicó un número innecesario de páginas no concluyentes a discutir si la EYBA era una “secta”, antes de señalar correctamente que ser parte de una “secta” no era un delito según la legislación argentina. Demostró que sí creía en las teorías del lavado de cerebro, basándose en un libro con este mismo título, “El lavado de cerebro”, del psicólogo social español Álvaro Rodríguez Carballeira, un libro que leído hoy parece un compendio no especialmente memorable de la ideología del lavado de cerebro del siglo pasado.
Esto hace aún más llamativo que el juez Corvalán de la Colina llegara a la conclusión de que, aunque creía que el lavado de cerebro existía, la EYBA no lo había practicado. Declaró inocentes a todos los acusados. El delito más grave del que se les acusaba era el de corrupción de menores. Corvalán señaló que las dos supuestas víctimas negaron rotundamente haber sufrido abusos, un escenario que se repetiría en 2022. El juez las consideró más creíbles que los testigos contrarios. También consideró que las dos declaraciones de Pablo Salum, contradictorias entre sí, le convertían en un testigo muy dudoso, y señaló que su relato y el de su padre estaban muy condicionados por una situación de conflicto familiar.


Los peritajes psicológicos habían confirmado que, aunque quizás en algunos casos fácilmente influenciables, las presuntas víctimas, que negaron haber sido victimizadas, eran todas mentalmente competentes. El juez también se mostró impresionado por el hecho de que, tras unos siete años de calvario judicial y considerables difamaciones en los medios de comunicación, hubieran permanecido en la escuela. Escribió que el suyo era un “plan de vida” que sus padres probablemente no aprobaban, pero que había sido elegido libremente, y que esa elección estaba protegida por la Constitución argentina.
Enfrentados a una evidente derrota, Pablo Salum y el lobby antisectas alegaron que la decisión había sido el resultado de inusuales presiones sobre el juez por parte de destacados ciudadanos argentinos amigos de la escuela (y que tal vez, se insinuaba, habían estado entre los beneficiarios de los favores sexuales de las alumnas) y de “apologistas de las sectas” estadounidenses siempre dispuestos a defender “sectas” con la ayuda del gobierno de Washington. Es cierto que mi difunto amigo H. Newton Malony, distinguido psicólogo norteamericano que había contribuido decisivamente a la caída de las teorías sobre el lavado de cerebro en Estados Unidos, se había interesado por el caso y había viajado a Argentina. Sin embargo, quienes afirman que la decisión de Corvalán había sido dictada por influencias externas simplemente no la habían leído.


Lo último que hacen los jueces que dictan una decisión porque han sido indebidamente influidos por otros es mencionar dicha influencia. Sin embargo, esto es precisamente lo que hizo Corvalán. Escribió que docenas de personalidades, tanto argentinas como internacionales, que no estaban implicadas en el caso se pusieron en contacto con él, describieron a la EYBA como una organización honorable e injustamente calumniada, y pidieron ser escuchados. “En mi más que extensa carrera judicial, jamás advertí tamaña presión”, escribió Corvalán. Podría haber deducido de ello que la EYBA era de hecho una organización estimada, y que a académicos como Malony les preocupaba que las teorías del lavado de cerebro pudieran utilizarse una vez más como herramienta de discriminación. Por el contrario, Corvalán escribió que se había sentido muy molesto por estas intervenciones, pero que no había dejado que su irritación cambiara su conclusión de que los acusados eran inocentes.
Tras la victoria judicial de 2000, y de hecho incluso antes, la EYBA decidió mantener un perfil bajo. En 1999, como ya se ha dicho, había decidido no admitir nuevos miembros. Continuó la construcción del edificio de la Avenida Estado de Israel y la organización de la vida en él, así como las clases en la cafetería. Una actividad que se desarrolló con éxito fue la aplicación de la filosofía de la EYBA a los negocios y la formación de ejecutivos de empresa, lo que permitió a la sociedad B.A. contar con clientes de prestigio.


Por otra parte, no se contó públicamente la historia de cómo la EYBA había sido atacada y había salido victoriosa del largo proceso judicial de 1993. Una estudiante que tenía dos primos entre los “desaparecidos” del régimen militar me dijo que tal vez los recuerdos de aquellos años que atormentaban a una generación tan marcada por el miedo les habían hecho reacios a criticar a la policía. Sin embargo, el hecho de que la primera causa penal y su resultado no fueran muy conocidos fuera de las dos subculturas de los miembros de la EYBA y los activistas antisectas hará más difícil que la EYBA se defienda públicamente cuando se produzca el segundo allanamiento en 2022.