Originalmente, los comunistas rusos y chinos fueron acusados de utilizar técnicas de control mental. Algunos profesionales de la salud mental extendieron la acusación a las religiones.
por Massimo Introvigne
Artículo 3 de 5. Lea el artículo 1 y el artículo 2.

En artículos anteriores vimos cómo la CIA acuñó la frase “lavado de cerebro” y acusó a los comunistas de utilizar siniestras técnicas de control mental. En algún momento, la CIA empezó a creerse su propia propaganda y lanzó un experimento secreto con el nombre en clave MK-Ultra, en el que intentaba “lavar el cerebro” a supuestos voluntarios. El proyecto fracasó y demostró que las técnicas de “lavado de cerebro” pueden reducir a sus desafortunadas víctimas a despojos humanos de aspecto vegetal, pero no pueden instalar en ellas nuevas ideas o lealtades.
Uno que, probablemente sin ser consciente de que se estaba planeando el proyecto secreto MK-Ultra, había anticipado que el único resultado posible del “lavado de cerebro” violento sería la producción de víctimas tipo zombi fue el fundador de la Cienciología, L. Ronald Hubbard. Él tuvo una participación periférica en el debate de la Guerra Fría sobre el “lavado de cerebro”, ya que la Iglesia de la Cienciología publicó en 1955 (y luego retiró rápidamente, al parecer a raíz de una sugerencia de los organismos gubernamentales estadounidenses) un folleto titulado “Lavado-de-cerebro: síntesis del libro de texto ruso sobre psicopolítica” (“Brain-Washing: A Synthesis of the Russian Textbook on Psychopolitics”). Ostensiblemente, se trataba de un manual comunista de “lavado de cerebro”, y si Hubbard lo compiló él mismo o editó materiales recibidos de otros (posiblemente una de las agencias de inteligencia estadounidenses) es una cuestión de debate que he discutido ampliamente en otro lugar.
Los críticos han alegado que, al publicar el folleto, Hubbard “confesó” que existía el “lavado de cerebro”, con la implicación de que la Cienciología lo practica, lo cual, según ellos, está respaldado por la afirmación de que “Podemos lavar el cerebro más rápido que los rusos (20 segundos para una amnesia total frente a tres años para una lealtad ligeramente confusa)”. Sin embargo, los críticos han pasado por alto que Hubbard presentó el “lavado de cerebro” como algo que no debe hacerse y que no funciona. El “lavado de cerebro” que él tenía en mente era el que se atribuía a los comunistas, en el que los resultados se buscaban infligiendo dolor y atiborrando a la víctima con drogas pesadas. Hubbard llamó a esta técnica “hipnosis dolor-droga”. Era algo diferente del “lavado de cerebro” que se acusaría de practicar décadas más tarde a los nuevos movimientos religiosos, en los que normalmente no había dolor ni drogas de por medio.
Este tipo de “lavado de cerebro” no sólo no era ético, dijo Hubbard, sino que nunca funcionaría. “Lo repito,” Hubbard lo afirmó en una de sus conferencias del Congreso de los Juegos (Games Congress Lectures) de 1956. “No es eficaz. No funciona. […] Es una farsa –una farsa de primera magnitud. El comunista no puede lavar el cerebro a nadie que no lo tenga [ya] lavado. No puede hacerlo; no sabe cómo. Es una de esas armas de propaganda. Eso es todo lo que es. Ellos [los comunistas] dicen: ‘tenemos esta arma fabulosa llamada lavado de cerebro –vamos a lavarle el cerebro a todo el mundo’. Bueno, sería terriblemente peligroso si pudieran. Pero, ¿saben ustedes que no hay prácticamente ninguna persona en esta sala que pudiera ser dañada de forma permanente por el lavado de cerebro, excepto en lo que se refiere a pasar hambre y ser mantenido en condiciones de coacción? En otras palabras, si metes a un tipo en una empalizada militar y lo alimentas mal durante dos o tres años, va a estar en condiciones de segunda mano, ¿no? Bueno, ese es exactamente el efecto que el lavado de cerebro tuvo en ellos. No tuvo más efecto que éste”.
Como mencionamos en nuestro artículo anterior, Hubbard tenía razón en este punto, y los infames experimentos MK-Ultra tuvieron como único resultado valioso confirmar que el “lavado de cerebro” no puede cambiar ideologías o creencias.
Pero, ¿cómo viajó la acusación de practicar “lavado de cerebro” desde los comunistas a las “sectas”? El primer autor que aplicó la retórica de la CIA del “lavado de cerebro” a la religión fue el psiquiatra inglés William Walters Sargant en su libro de 1957 “La batalla por la mente: Fisiología de la conversión y el lavado de cerebro”(“The Battle for the Mind: A Physiology of Conversion and Brainwashing”), que se convirtió en un bestseller internacional. Sargant popularizó la idea de que las técnicas de “lavado de cerebro” se habían derivado en Rusia de los famosos experimentos del científico estalinista Ivan Pavlov, en los que un perro, acostumbrado a oír sonar una campana cada vez que se le daba comida, acababa salivando cuando sonaba la campana, aunque no se le sirviera comida. Algunos psiquiatras siguen creyendo en esta teoría, aunque las fuentes soviéticas y chinas no confirmaron que Pavlov desempeñara ningún papel principal en sus estudios sobre técnicas de adoctrinamiento.
El argumento central de la obra de Sargant era que los comunistas no inventaron el “lavado de cerebro”. A lo sumo, creía, gracias a Pavlov, llegaron a una mejor comprensión del proceso, que adaptaron a partir de procesos preexistentes de revivalismo religioso y conversión. Sargant escribió: “Cualquiera que desee investigar la técnica de lavado de cerebro y obtención de confesiones tal y como se practicaba tras el Telón de Acero… haría bien en comenzar con un estudio del revivalismo estadounidense del siglo XVIII desde la década de 1730 en adelante”.
Aunque en la tercera edición de su libro, publicada en 1971, Sargant incluirá a la Cienciología entre las religiones que practican el “lavado de cerebro”, él no creía que existiera una diferencia entre las religiones tradicionales, que no utilizaban la manipulación mental, y las “sectas”, que sí lo hacían. Por el contrario, Sargant era decididamente anticristiano, y mencionó a los católicos romanos y a los metodistas como dos grupos que típicamente utilizaban el “lavado de cerebro”, y acusó del mismo pecado a los primeros cristianos. El psiquiatra inglés creía que sólo el “lavado de cerebro” podía explicar el rápido crecimiento del cristianismo primitivo.
Según Sargant, incluso la conversión del apóstol Pablo, tal como se recoge en la Biblia, podría explicarse mediante un esquema de “lavado de cerebro”, en el que el cristiano Ananías le “lavó el cerebro” al judío, y originalmente anticristiano, Pablo. “Un estado de inhibición transmarginal parece haber seguido a su [de Pablo] fase aguda de excitación nerviosa [… y] aumentado su ansiedad y sugestionabilidad […]. Ananías vino a aliviar sus síntomas nerviosos y su angustia mental, implantando al mismo tiempo nuevas creencias”.
Muchos leyeron el libro de Sargant, sobre todo dentro de la comunidad psiquiátrica, donde sin duda alimentó una actitud hostil hacia la religión en general. Sin embargo, su objetivo era demasiado amplio para que el libro sirviera de algo a la hora de promover políticas públicas. Fue en Estados Unidos donde la psicóloga Margaret Thaler Singer reelaboró las ideas de Sargant afirmando que no todas las religiones utilizaban el “lavado de cerebro”, sólo algunas recientemente fundadas que no eran exactamente religiones sino “sectas”. Esto sucedió en el clima de los años sesenta y principios de los setenta, cuando recién se estaba creando el movimiento antisectas, sobre todo entre los padres de estudiantes universitarios que habían decidido abandonar sus universidades para convertirse en misioneros a tiempo completo de la Iglesia de la Unificación o de los Hijos de Dios, o en monjes hindúes rapados del Movimiento Hare Krishna. Como ocurría con las “herejías” del pasado, sus padres no creían que esas elecciones hubieran sido voluntarias, y psicólogos como Singer les ofrecían el “lavado de cerebro” como una explicación conveniente.
Singer desempeñó un papel decisivo en la creación de la ideología antisectas, basada en la idea de que las “sectas”, que utilizan el “lavado de cerebro”, pueden distinguirse de las religiones legítimas, que no lo hacen. Con el tiempo, sin embargo, esta teoría fue desacreditada por los estudiosos y rechazada por los tribunales de justicia, como veremos en nuestro próximo artículo.