Desacreditadas desde los años 90, las teorías de que las “sectas” utilizan técnicas de control mental siguen siendo promovidas por los antisectas, y ahora se aplican a QAnon y Trump.
por Massimo Introvigne
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En el cuarto artículo de esta serie, vimos cómo la acción combinada de los estudiosos de los nuevos movimientos religiosos y los tribunales de justicia marginó tanto las teorías del “lavado de cerebro” como su uso como arma legal contra las “sectas”.
La idea de que las “sectas” practican la manipulación mental o el “lavado de cerebro” sobrevivió en los medios de comunicación populares e inspiró leyes y decisiones judiciales fuera de Estados Unidos, sobre todo en Francia. Sin embargo, los argumentos formulados por una amplia mayoría de los principales estudiosos de los nuevos movimientos religiosos, y mencionados en la decisión “Fishman”, no se refieren únicamente a Estados Unidos. “Lavado de cerebro” y manipulación mental siguen siendo conceptos rechazados como pseudocientíficos por una vasta mayoría de los estudiosos de la religión (aunque aceptados por una minoría, y por algunos psiquiatras y psicólogos no especializados en religión).
En la segunda mitad de la década de 1990, James T. Richardson, que había desempeñado un papel importante en la crítica de las teorías antisectas del “lavado de cerebro”, estudió sistemáticamente con algunos colegas todos los casos judiciales estadounidenses en los que aparecía la frase “lavado de cerebro”. Continuaron con el estudio en el nuevo siglo. Descubrieron que después de Fishman, el uso de argumentos de “lavado de cerebro” en litigios contra nuevos movimientos religiosos casi había desaparecido, pero la frase sobrevivió en otros campos del derecho.
“Lavado de cerebro” se utilizaba por parte de diversas fuentes (incluidos profesores, pastores, terapeutas e incluso el gobierno de EE.UU.), aunque rara vez con éxito, como defensa en casos penales, al igual que había ocurrido en el anterior juicio contra Patty Hearst. Mucho más éxito tuvo la idea, utilizada en litigios por custodia, de que uno de los padres divorciados les había “lavado el cerebro” a los hijos para que odiaran al otro progenitor.
Esto fue llamado “síndrome de alienación parental” (SAP), una teoría creada por el psiquiatra infantil estadounidense Richard A. Gardner, que se basaba explícitamente en el “lavado de cerebro”. Respondiendo a sus críticos en un artículo publicado póstumamente (murió en 2003), Gardner escribió que “es cierto que me centro en el padre que realiza el lavado el cerebro, pero no estoy de acuerdo en que ese enfoque sea ‘excesivamente simplista’. El hecho es que cuando hay SAP, el principal factor etiológico es el padre que realiza el lavado de cerebro. Y cuando no hay un padre que lava el cerebro, no hay SAP”.
La teoría de Gardner fue ampliamente criticada. En 1996, un Grupo de Trabajo Presidencial de la Asociación Americana de Psicología concluyó que “no hay datos que apoyen el fenómeno llamado síndrome de alienación parental”. Sin embargo, el SAP sigue utilizándose como argumento en casos de divorcio y custodia, no sólo en Estados Unidos, y la acalorada discusión sobre las teorías de Gardner mantuvo viva una polémica internacional sobre el “lavado de cerebro”.
California y Hawai, Inglaterra y Gales, y Tasmania y Queensland en Australia, seguidos por otros, aprobaron leyes contra el “control coercitivo”, definido como intimidación, vigilancia y aislamiento dentro de un contexto de maltrato doméstico o acoso. Aunque las leyes se refieren a un comportamiento abusivo específico, la sombra del “lavado de cerebro” se cierne sobre los estatutos, lo que dificulta su aplicación. A veces, argumentan los críticos, son los agresores quienes acusan a las víctimas de manipulación mediante “control coercitivo”.
El “lavado de cerebro” también fue propuesto después del 11-S como explicación popular de cómo los terroristas, algunos de familias adineradas, se habían unido a Al Qaeda y más tarde al Estado Islámico. Los antisectas se ofrecieron como expertos en radicalismo islámico, afirmando que Al Qaeda y otras organizaciones musulmanas radicales eran básicamente “sectas”, lo que también era cierto para otros grupos terroristas no musulmanes. Sin embargo, su falta de información sobre el contexto islámico y sobre el campo académico especializado de los estudios sobre terrorismo no tardó en hacerse evidente, y fueron ampliamente ignorados por la comunidad académica y los organismos gubernamentales que se ocupan de la lucha antiterrorista.
Las teorías del “lavado de cerebro”, sin embargo, regresaron como explicaciones del fenómeno Trump y de cómo era posible que millones de ciudadanos estadounidenses (y no pocos no estadounidenses) apoyaran a QAnon y a otros movimientos y redes que promueven teorías conspirativas descabelladas. Viejos conocidos del movimiento antisectas, como el ex desprogramador Steve Hassan, recientemente aplicaron la teoría del “lavado de cerebro” de Singer al “trumpismo” y a QAnon. El título del libro de Hassan de 2019, “La secta de Trump: un destacado experto en sectas explica cómo el presidente usa el control mental”(“The Cult of Trump: A Leading Cult Expert Explains How the President Uses Mind Control”) ya lo decía todo.
Las descabelladas afirmaciones de QAnon y el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 dieron credibilidad a la teoría de que la franja extremista pro-Trump incluía a víctimas de un “lavado de cerebro”, e incluso Hassan fue tomado en serio por algunos medios.
Paradójicamente, QAnon y movimientos similares estaban ellos mismos persuadidos de que el “lavado de cerebro” estaba siendo utilizado en la escena política estadounidense –por el Partido Demócrata, el “Estado profundo” y lo que un autor que escribió un opus de no menos de 43 volúmenes sobre el asunto llamó la “secta de la muerte marxista-sionista-jesuita-masónica-Nobleza negra-iluminati-luciferina”.
Hubo, sin embargo, una diferencia en cómo los sectores anti-Trump y pro-Trump se refirieron al “lavado de cerebro”. Los críticos de Trump y los que denunciaron a QAnon como una “secta” básicamente revivieron el modelo antisectas de “lavado de cerebro”, basado en el control mental logrado a través de la manipulación psicológica. En QAnon, por otro lado, uno encontraría más a menudo, junto con referencias al proyecto MK-ULTRA, que supuestamente había sido continuado en secreto por operativos canallas del “estado profundo” después de su desaparición oficial en 1963, la idea de que el “lavado de cerebro” se lograba a través de la magia. A veces, era la magia moderna de misteriosos rayos controladores de la mente dirigidos desde satélites hacia hogares estadounidenses desprevenidos, chips implantados por médicos sin escrúpulos, o drogas ocultas en vacunas anti-COVID-19 por conspiradores dirigidos por Bill Gates o George Soros. En otros casos, los posts de QAnon mencionaban que el “lavado de cerebro” del Estado profundo funcionaba movilizando magia negra en un sentido muy tradicional, a través de hechizos, rituales de brujería, sacrificios humanos de niños, o invocaciones a Satán y sus secuaces. El bando de Trump siempre incluyó creyentes en la magia, como demostró Egil Asprem, y denunciar a Hillary Clinton y otros líderes demócratas como involucrados en el satanismo fue una parte clave de la narrativa de QAnon.
En cierto sentido, el discurso del “lavado de cerebro” había cerrado el círculo. La idea de que quienes abrazaban creencias desviadas habían sido hechizados mediante magia negra se había secularizado dos veces, primero como hipnosis y luego como “lavado de cerebro”. Ahora, la magia negra, con su parafernalia tradicional de encantamientos siniestros y adoración del Diablo, volvió para ser adoptada por algunos seguidores de QAnon como la única explicación posible de por qué estadounidenses por lo demás cuerdos, patriotas e incluso republicanos habían sido persuadidos primero de que Trump no tramaba nada bueno, y luego de que él había perdido las elecciones de 2020 en lugar de que fue estafado en su victoria por la capacidad del Estado profundo para “lavar el cerebro” simultáneamente a millones de ciudadanos. A su vez, confrontados con el extraño hecho de que millones en el siglo XXI llegaran a creer en teorías tan extrañas, otros concluyeron en cambio que a Trump y a los seguidores radicales de QAnon les habían “lavado el cerebro”.
Más de setenta años después de que el agente de la CIA Hunter acuñara la frase “lavado de cerebro”, todavía estamos experimentando la contradicción entre una mayoría de estudiosos académicos de la religión, que han rechazado ampliamente el “lavado de cerebro” como pseudociencia, y una cultura popular y segmentos de las profesiones de la salud mental, donde la explicación del “lavado de cerebro” sobre por qué muchos se unen a grupos e ideologías “desviados” sigue siendo tan poderosa que se niega a desaparecer. Vuelve cada vez que nuevas y aparentemente inexplicables formas de desviación crean un mercado para explicaciones fáciles.