Tras inventar la teoría, la CIA se creyó su propia propaganda e intentó “lavar el cerebro” a “voluntarios” en Canadá. No funcionó.
por Massimo Introvigne
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En el primer artículo de esta serie, vimos cómo la propaganda de la CIA creó la frase y la teoría del “lavado de cerebro” para explicar por qué personas inteligentes podían abrazar una doctrina tan absurda como era el comunismo, y para acusar a los comunistas soviéticos y chinos de prácticas siniestras que privaban a sus víctimas de su libre albedrío.
Paradójicamente, la CIA llegó a creer en su propia propaganda e intentó reproducir el “lavado de cerebro” comunista en sus propios experimentos.
El proyecto secreto de “lavado de cerebro” de la CIA recibió el nombre en clave de proyecto MK-ULTRA. Al principio, sólo fue mencionado en un puñado de publicaciones críticas del gobierno estadounidense y a menudo tachadas de apoyar teorías conspirativas. Más tarde, sin embargo, la CIA se convirtió en la parte acusada en varias demandas presentadas por “voluntarios” que habían sufrido daños permanentes en los experimentos MK-ULTRA y sus familiares, el más importante de los cuales dio lugar a un acuerdo en 1988. A través de las demandas, se hicieron públicos varios documentos clave.
Así se confirmó que, para llevar adelante sus “experimentos de lavado de cerebro”, la CIA se había asegurado la cooperación de varias universidades y académicos estadounidenses destacados, que estaban en la cúspide de la investigación avanzada en ciencias del comportamiento. No todos ellos eran plenamente conscientes de los objetivos últimos del proyecto, y la CIA se escondió bajo tres fundaciones supuestamente privadas.
Los primeros resultados no fueron alentadores. Cada equipo de investigación adoptó uno o más métodos específicos, como drogas alucinógenas, medicamentos psicotrópicos administrados en dosis superiores a las normales, privación sensorial, tratamientos repetidos de electroshock, lobotomía y otras formas de psicocirugía, e hipnosis. Algunos de los “voluntarios” eran presos, otros eran pacientes psiquiátricos de los investigadores o ciudadanos sin hogar a los que se les habían prometido importantes cantidades de dinero.
El proyecto de la CIA dio un salto de calidad cuando se unió a él Donald Ewen Cameron, un distinguido psiquiatra escocés que era catedrático de Psiquiatría en la Universidad McGill de Montreal. Cameron sería más tarde presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría y fundaría la Asociación Mundial de Psiquiatría. En una prolongada serie de experimentos con sus pacientes canadienses, combinó muchas de las técnicas que anteriormente habían sido probadas por separado. La CIA también valoró positivamente que Cameron trabajara en Canadá, eludiendo así las restricciones legales que prohibían este tipo de experimentos en Estados Unidos.
Cameron basó sus experimentos en una teoría de dos fases. En la primera fase, que denominó “borrado de esquemas”, se propuso eliminar las ideas, hábitos y apegos existentes en el sujeto, generando una especie de “amnesia selectiva”. El resultado de esta etapa, en palabras de un ejecutivo de la CIA, fue la “creación de un vegetal”, un sujeto no especialmente útil para fines de contraespionaje. Pero entonces Cameron pasó a la segunda fase que denominó “conducción psíquica”, en la cual el sujeto era “reacondicionado” para adoptar nuevos modelos de comportamiento e ideas permanentes.
De hecho, Cameron tuvo incluso demasiado éxito en la creación de “vegetales”. Algunas de las técnicas que utilizaba incluían tratamientos de electroshock que eran de veinte a cuarenta veces más fuertes que las dosis medias administradas en los hospitales psiquiátricos, y se los administraba a los pacientes tres veces al día durante varios días. También administraba medicación para inducir la privación del sueño durante periodos de quince a sesenta y cinco días. Daba a sus pacientes cócteles de drogas psicotrópicas y alucinógenos, en cantidades muy superiores a las de su uso recreativo normal. No es de extrañar, como revelarían los tribunales en años posteriores, que la mayoría de los pacientes sucumbieran a enfermedades mentales y de otro tipo, y que nunca se recuperaran. Algunos murieron.
Sin embargo, el paso del borrado de esquemas a la conducción psíquica nunca tuvo éxito. Cameron grabó en cinta sus propias “instrucciones”, así como frases pronunciadas por el paciente. Los pacientes con aspecto vegetal producidos por el borrado de esquemas eran obligados a escuchar las cintas hasta dieciséis horas al día. A veces, se introducían parlantes en cascos de fútbol que los pacientes no podían quitarse. También se escondían parlantes bajo la almohada, para que pudieran seguir escuchando las cintas incluso mientras dormían. Pero nada funcionó.
De hecho, los experimentos de Cameron sí demostraron algo. Demostraron que no era posible “lavar el cerebro” a una víctima para que cambiara sus ideas u orientación fundamentales. Habiendo llegado a las mismas conclusiones, en 1963 la CIA puso fin al proyecto MK-ULTRA, incluida la parte que había dirigido Cameron.
Para utilizar su propia metáfora afortunada, la CIA aprendió que era posible “lavar” el cerebro hasta que pierda su “color” y se vuelva “blanco”, ya que el paciente queda reducido al triste estado de una ruina humana. Pero “recolorearlo” con nuevas ideas no es posible.