Periódicamente, libros y medios de comunicación reviven la vieja discusión sobre el “lavado de cerebro”. Sólo hay un problema al respecto: eso no existe.
por Massimo Introvigne
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Estamos en ello otra vez. Con gran fanfarria se lanzan nuevos libros que reviven viejas teorías sobre el “lavado de cerebro”, y se acusa a casi todo el mundo, desde Donald Trump a Bill Gates, de utilizar “técnicas de control mental” para reunir adeptos. Y, por supuesto, que utilizan el “lavado de cerebro” es una vieja acusación contra grupos discriminados y etiquetados como “sectas.”
¿Existen estas técnicas? Que la respuesta es “no” es una de las conclusiones clave de la disciplina académica del estudio de los nuevos movimientos religiosos (NMR). Una diminuta minoría de estudiosos de los movimientos religiosos, con conexiones con los activistas antisectas, rechazó esta conclusión, se separó de la mayoría y creó una disciplina diferente de “estudios de las sectas”. Sin embargo, como subraya Mike Ashcraft en su autorizado libro de texto sobre el estudio académico de los nuevos movimientos religiosos, mientras que los estudios sobre los NMR se consideran en general una parte legítima del estudio académico de las religiones, los “estudios de las sectas” “no son la corriente académica dominante.”
Pero, ¿de dónde provienen las teorías del “lavado de cerebro”? En este primer artículo, hablo de los orígenes remotos de las teorías del “lavado de cerebro”. En artículos posteriores explicaré cómo fue desacreditada la idea de que el “lavado de cerebro” era practicado por los comunistas en Rusia y China, cómo fue aplicada a las religiones y a las “sectas”, fue rechazada por los principales estudiosos y por los tribunales de justicia, pero ahora intenta volver.
Los humanos tendemos a creer que algunas ideas y religiones son tan “extrañas” que nadie puede adoptarlas libremente. Los romanos creían que el cristianismo era una religión tan absurda que los que se habían convertido a ella habían sido hechizados mediante técnicas de magia negra. Los chinos creían lo mismo desde la Edad Media con respecto a las religiones no aprobadas por el Emperador (incluido, inicialmente, el budismo). Estas religiones sólo podrían ganar adeptos mediante la magia negra. En Europa, cuando los cristianos se convirtieron en una mayoría apoyada por el Estado, adoptaron la misma explicación para la conversión a credos “heréticos” como el que predicaban los valdenses, que a su vez fueron acusados de “embrujar” a sus conversos.
Después de la Ilustración, la creencia en la magia negra disminuyó, pero la idea de que las religiones extrañas no podían ser adoptadas voluntariamente, sino sólo a través del embrujo, se secularizó como hipnosis. Los mormones, en particular, fueron acusados de hipnotizar a sus “víctimas” para que se convirtieran.
En el siglo XX, ideas que algunos creían tan “extrañas” y peligrosas que nadie podría abrazarlas libremente surgieron en un campo distinto al de la religión: la política. Los eruditos socialistas alemanes, sin saber qué decir para explicar cómo pudieron convertirse en masa al nazismo no sólo los burgueses, sino también los obreros y los pobres, hablaron de “hipnosis en masa” o “manipulación mental”. Más tarde, con la Guerra Fría, en Estados Unidos se utilizó la misma explicación de por qué algunos pueden adoptar una ideología tan absurda como el comunismo.
En el caso del comunismo, la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA), fundada en 1947, creía haber encontrado un arma humeante en las técnicas utilizadas contra los misioneros occidentales detenidos en las cárceles y campos de concentración comunistas chinos y norcoreanos y, más tarde, contra los prisioneros de guerra estadounidenses capturados durante la Guerra de Corea. Se pidió a psiquiatras y psicólogos estadounidenses como Robert Jay Lifton y Edgar Schein que entrevistaran a aquellos que habían sido liberados de las cárceles y campos comunistas. Sus conclusiones fueron muy cautelosas, ya que observaron que, de hecho, las técnicas chinas no habían convertido a muchos, y la mayoría de los que habían firmado declaraciones de lealtad al comunismo lo habían hecho para escapar de la tortura o los malos tratos en la cárcel, y no habían sido realmente persuadidos. También fueron criticados por su enfoque psicoanalítico y, en el caso de Lifton, por una idea libertaria de la agencia humana que más tarde le llevó a apoyar el movimiento antisectas. Sin embargo, ellos mantuvieron que las técnicas chinas de manipulación mental o bien funcionaban en un número muy limitado de casos, cuando iban acompañadas del uso de drogas que alteraban la mente y de tortura, o bien no funcionaban en absoluto.
La CIA, sin embargo, decidió presentar la tesis de que la gente no se convertía libremente al comunismo en términos mucho más simples y de blanco y negro, afirmando en su propaganda que tanto los comunistas chinos como los soviéticos habían desarrollado una técnica infalible para cambiar las ideas de su víctima tal “como se cambia un disco [de vinilo] en un fonógrafo”, según explicó en 1953 el director de la CIA Allen Welsh Dulles.
La CIA dio instrucciones a uno de sus agentes cuyo trabajo encubierto era el de periodista, Edward Hunter, para que “inventara” y difundiera la frase “lavado de cerebro”, presentándola como la traducción de una expresión supuestamente utilizada por los chinos. De hecho, la CIA y Hunter habían tomado el concepto de “lavado de cerebro” de la novela “1984” de George Orwell, en la que el Gran Hermano “limpia” los cerebros de los ciudadanos de un régimen ficticio calcado de la Rusia soviética.
La idea de que los comunistas de China y Rusia y los espías comunistas en Occidente dominaban las técnicas del “lavado de cerebro” se hizo inmensamente popular. Podemos ver su triunfo en la cultura popular en la novela de 1959 “El candidato de Manchuria” y su versión cinematográfica de 1963 protagonizada por Frank Sinatra y Angela Lansbury. Pronto, sin embargo, la propia CIA tuvo que admitir que el lavado de cerebro no funcionaba. Veremos esta evolución en el segundo artículo de la serie.