La historia de nueve mujeres brillantes y profesionales que fueron falsa y odiosamente etiquetadas como “víctimas” y “prostitutas.”
por Susan J. Palmer
Artículo 4 de 5. Lea el artículo 1, el artículo 2 y el artículo 3.
Cuando mi colega la profesora Holly Folk y yo entrevistamos a las mujeres “víctimas” de EYBA, descubrimos que eran bastante distintas, en cuanto a edad y profesión, pero nos dimos cuenta de que tenían rasgos en común.
Las entrevistamos en sus casas pequeñas, compactas y muy bien cuidadas. Cinco de ellas vivían fuera del edificio de 10 plantas del café de la planta baja donde EYBA impartía sus clases hasta que la redada interrumpió sus actividades. Las restantes cuatro sí vivían ahí. El edificio de los miembros de EYBA funciona como una cooperativa, no como una comuna religiosa. Los propietarios de los pisos pagan cuotas de mantenimiento, pero son económicamente independientes.
Otra característica común es que no tienen hijos. Una mujer (67) que se unió a EYBA en 1990 y es propietaria de su apartamento desde hace 32 años explicó: “No creo en el matrimonio. La cultura argentina es muy machista, así que cuando te casás, pertenecés a tu marido. Yo me pertenezco a mí misma”.
Otras mujeres explicaron que siempre habían dado prioridad a sus carreras y valoraban su independencia y libertad. Sin embargo, la mayoría mantiene relaciones estrechas con sus familiares fuera de EYBA. Una mujer dijo: “Siempre di prioridad a mi carrera, he vivido con novios, nunca me casé y ahora estoy muy involucrada con mi sobrina y sus hijos”.
Otra mujer nos contó que estaba planeando congelar sus óvulos para poder ser madre cuando cumpliera 40 años. Sólo una mujer había querido tener hijos, pero no había podido concebir debido a un problema de salud.
Todas estas mujeres tenían novios, compañeros o maridos desde hacía mucho tiempo (excepto una mujer cuyo compañero de vida había fallecido recientemente). Dos estaban con hombres que conocían desde la infancia, cuando sus padres las llevaban a jugar juntas durante las reuniones de EYBA. Sólo una mujer estaba con un hombre que no era miembro de EYBA.
Una pauta interesante que observamos fue que, salvo dos excepciones, estas mujeres preferían vivir solas, por lo que las parejas tenían apartamentos separados.
Todas estas mujeres estaban apasionadamente comprometidas con su trabajo y muy motivadas en las profesiones que habían elegido: artista, actriz, productora de televisión, técnica informática, vendedora, etc.
Sus relatos sobre la redada de agosto y la consiguiente publicidad negativa que afectó a sus vidas personales y sus carreras fueron bastante coherentes.
Una mujer (65), artista profesional propietaria de su apartamento desde hace 7 años, dijo: “Me siento más cómoda viviendo con gente que conozco”. Ella estaba en el café cuando unos 100 policías federales argentinos con cascos, escudo y armas largas rompieron las puertas de la calle y las puertas de 22 apartamentos (de 24): “Cuando volví a mi apartamento vi que la policía había recogido todas mis joyas de oro en una chaqueta. Grité para que cambiaran de opinión y no se las llevaran”.
Habló del impacto de la publicitada redada en su carrera: “Siempre viví de mis cuadros y de enseñar arte. Perdí mi trabajo como profesora y mis clientes, y ahora hago artesanías para vender en ferias de artesanos”.
Las nueve mujeres relataron la misma experiencia de “argumento circular” cuando fueron entrevistadas en la Cámara Gesell (Unidad de Víctimas Especiales): que cuando negaban ser víctimas, les decían que su negación “probaba” que lo eran.
La artista dijo: “Es un lugar donde te sentás y hablás con un psicólogo y hay espejos; detrás está el juez. Los abogados no te interrogan, estás sola con el psicólogo. Pero el juez dijo: ‘Las víctimas no se dan cuenta de que son víctimas’. Ellos dicen que abusaron de mí durante 30 años y no me di cuenta, por eso me tratan como a una idiota. La Fiscalía dice que soy víctima de ‘persuasión coercitiva’. En mi opinión, están inventando esta porquería, estos mentirosos. Me llaman ‘víctima’, y todavía no sé de qué. Mi foto salió en los medios de comunicación, mi cara se vio en un programa de televisión porque había un canal de televisión dentro del café durante la redada. A la fiscalía, al juez, no les importan las personas que pertenecen a EYBA”.
Otra mujer (45), de familia judía, se graduó en la universidad como Licenciada en Administración y trabajó con su padre, productor de televisión, en diversas funciones en su canal, produciendo programas de televisión.
Pero tras la redada, su vida ha cambiado radicalmente: “Estaba en el café cuando oí gritos y golpes. La policía estaba tirando abajo las puertas, destrozando todos los apartamentos. Una mujer policía me dijo que tenían problemas para entrar por la puerta de mi apartamento. Era una puerta blindada, así que fui con ella para abrirla con mis llaves, pero ya la habían roto, junto con la pared pegada a la puerta, y había marcas profundas en el suelo. Se llevaron todas mis fotos y la escritura de compraventa de mi apartamento. Durante cuatro noches no pude dormir porque la puerta estaba rota y tenía miedo de quedarme sola, de que me robaran otra vez. Los daños que hicieron fueron terribles. Reparar la puerta y la pared cuesta miles de dólares”.
“La policía, continuó, se llevó a mi papá y a mi hermana para interrogarlos. Pablo Salum publicó en Twitter fotografías mías, de mi papá y de algunos empleados del canal de televisión. Una mujer renunció porque tenía miedo de que su imagen se viera manchada por trabajar con nosotros. Mi novio perdió su trabajo en la inmobiliaria y ahora intenta reconstruir su carrera. Empezó un nuevo negocio de agente inmobiliario, tiene un título en este campo. La madre de mi novio fue una de las acusadas de trata de personas. Él está intentando ser fuerte por su madre, por su hermana y por mí”.
“Sería lindo –concluye– vivir como si no estuviéramos en la Inquisición. Queremos que se escuche nuestra voz. En la Cámara Gesell nuestra palabra no es valorada. Me hicieron preguntas extrañas e irrelevantes como: ‘¿Todos tus compañeros son judíos?’ Deberían haber intentado y haberse tomado el tiempo de evaluarnos antes de etiquetarnos como ‘prostitutas’ y ‘víctimas de lavado de cerebro’. Etiquetar a alguien es fácil, pero deshacerse de esa etiqueta es más difícil. Yo trabajo en los medios de comunicación, en la televisión, así que sé cómo funciona. Cuando finalmente nos declaren inocentes, ningún periódico se va a molestar en informar sobre nosotros, o tal vez haya un pequeño párrafo en la última página. Ahora nuestras caras están por toda la televisión, Pablo Salum menciona nuestros nombres y nos llama ‘sectarias’ en su página web antisecta. Etiquetar es muy sencillo. No sé si alguna vez podré ‘des-etiquetarme’”.
Una de las supuestas “víctimas” (57) que entrevistamos es de origen católico y siempre ha trabajado como actriz. En contra de la voluntad de sus padres, estudió teatro durante seis años y en 1991 entró en EYBA. Allí conoció a muchos actores y artistas creativos que la ayudaron a lanzar su carrera. Su profesor en EYBA era un conocido catedrático de teatro que “me enseñó a amar mi profesión de actriz”. Trabajó en comedia y escribió para una revista que ofrecía sátiras políticas (“un alivio de la opresión en la que vivíamos”). Dos de sus primos desaparecieron en los años 70 [nos enseñó sus fotos], dejando atrás a una hija de 3 años, que fue criada por su tía.
Esta actriz describió su experiencia de la redada: “En el café vi entrar al primer policía y vi su cara de sorpresa. Todo lo que encontró fueron cincuenta ancianos sentados en mesas, tomando té y café, leyendo libros. Evidentemente, la policía esperaba irrumpir en una orgía sexual. Empezaron a forzar las otras puertas, y yo les dije: ‘No, éstas son nuestras casas, ¡dejen que les demos las llaves!’ Pero no querían nuestras llaves. Nos hicieron esperar a punta de pistola en el café. Iban acompañados de reporteros gráficos y querían aparecer en las noticias de la televisión como los héroes que derribaban las puertas de la malvada ‘secta’. Finalmente, a medianoche, me permitieron ir a mi apartamento. Estaba preocupada por mi compañera de piso, que tiene 64 años y es muy pequeña. Cuando vi lo que habían hecho, me enojé mucho. Habían roto la puerta, todo estaba desordenado. Tiraron a mi compañera al suelo y le apuntaron a la cabeza con una metralleta. Me dijo que habían encontrado dinero en mi mesita de luz. Eran sobres de dinero que me habían dado con los nombres de mis amigos de EYBA, personas mayores que viven en el edificio. Durante la pandemia ellos me habían pedido que les hiciera las compras y yo seguí ayudándolos. Pero me hice ‘amiga’ de la policía, así que me devolvieron el dinero”.
Ella continuó: “Estoy demandando a Pablo Salum. En su página web él usa mi imagen y dice que soy una prostituta; que Juan [Percowicz] me entregó a hombres ricos y poderosos para recaudar dinero para ‘la secta’. Él mostró un video de uno de los shows de magia en los cuales yo era asistente de Barragán. Él dice que yo estaba ‘desnuda’, pero no lo estaba, yo estaba usando un leotardo de danza. Salum puso mi nombre en ese video, así que ahora puedo abrir una causa por acoso, por difamación e insultos. Esto es un delito, así que puedo iniciar un juicio civil. El juez citó a Pablo Salum en la corte. Así que el próximo jueves me encontraré con él en la mediación y ¡lo voy a perseguir hasta el final!”
La injusticia que esta gente estaba viviendo parecía más severa aún porque eran ciudadanos de Argentina. Por esa razón su ansiedad estaba acompañada por memorias del “Corralito” (2001) y las desapariciones de la Dictadura Militar. Muchos miembros con los que conversamos describieron cuán preocupados estaban porque sus seres queridos (que fueron arrestados en la fatídica noche de los allanamientos) podían simplemente… desaparecer. Describieron cómo corrían a sus automóviles y seguían a los transportes de la policía para saber dónde serían mantenidos en detención. Los miembros de EYBA tomaron turnos, montando una guardia de 24 horas para asegurarse de que ningún detenido desapareciera.