Un llamamiento para evitar etiquetas que no tienen un significado científico aceptado y solo se utilizan como herramientas de discriminación.
Por Massimo Introvigne*
*Ponencia presentada en el panel “Libertad religiosa: Un derecho baja amenaza en el mundo”, postulado por Universal Peace Federation (UPF) Argentina, Asociación Interreligiosa para la Paz y el Desarrollo (IAPD) y Acercando Naciones Asociación Civil, en el III Foro Mundial de Derechos Humanos Argentina 2023, coorganizado por el Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos de la UNESCO y la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Argentina, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad de Buenos Aires, 22 de marzo de 2023.


El 28 de julio de 2014, el Papa Francisco fue el primer Papa que visitó una iglesia evangélica pentecostal: la Iglesia de la Reconciliación, en la ciudad italiana de Caserta. Recuerdo este episodio con emoción, porque desempeñé un papel muy pequeño en la preparación del diálogo entre la Iglesia de la Reconciliación y la Iglesia católica. En aquella ocasión el Papa Francisco pidió perdón a los pentecostales por la colaboración de algunos católicos con las leyes del régimen fascista italiano, que los discriminaban y perseguían llamándolos de “sectas”, prometiendo no volver a fomentar la discriminación utilizando la fórmula: “Yo soy la Iglesia, tú eres la secta”.
De hecho, todavía hoy, en muchos países del mundo se discrimina a religiones y movimientos minoritarios llamándoles “sectas”. Pero: ¿qué es una secta? Soy sociólogo de las religiones y soy consciente de que hace un siglo esta palabra tenía un significado sociológico claro y legítimo. Según los padres fundadores de mi ciencia, Max Weber y Ernst Troeltsch, una secta era una religión joven en la que la mayoría de los miembros no habían nacido, sino que se habían convertido. Si tenía éxito, al cabo de unas generaciones, una secta se convertía en una religión, con una mayoría de miembros nacidos de padres de la misma fe. Es evidente que este significado de la palabra secta no tenía un sentido negativo. Para Troeltsch, que era un buen protestante, Jesús y los apóstoles formaron una secta, que se convertiría en iglesia al cabo de dos siglos.
Alrededor de la Segunda Guerra Mundial – pero con un precedente en lengua italiana que se remonta al mismísimo padre de la criminología Cesare Lombroso –, los especialistas en otra ciencia, los criminólogos, empezaron a utilizar la palabra secta con un significado diferente. Empezaron a llamar secta a un grupo religioso que comete delitos graves o del que cabe esperar que cometa delitos graves en el futuro.


Estos dos significados de la palabra secta son opuestos, y su coexistencia ha creado una gran ambigüedad. Si digo que los Hare Krishnas de Italia son una secta en el sentido sociológico tradicional, porque la mayoría de sus miembros no son Hare Krishnas de nacimiento, estoy diciendo algo que es cierto en la terminología de Weber y Troeltsch, pero es probable que quien me escuche entienda que son un grupo peligroso y criminal, lo que es falso.
Por eso, a finales del siglo pasado, la gran mayoría de los especialistas en ciencias religiosas dejaron de utilizar el término “secta” y lo sustituyeron por el menos ambiguo de “nuevos movimientos religiosos”. Por supuesto, estos especialistas no piensan que todos los movimientos religiosos sean buenos, amables y traigan flores. Algunos cometen delitos graves. Pero para evitar las ambigüedades asociadas al término “secta”, los llamamos “movimientos religiosos criminales”. Señalemos que los “movimientos religiosos criminales” existen, tanto en las nuevas y pequeñas tradiciones religiosas, como en las antiguas y grandes. Basta pensar en los terroristas que matan usando o abusando del nombre del islam o en las redes de curas católicos pedófilos (sí, hay redes, y no sólo pedófilos individuales).
Además de sociólogos y criminólogos, en los últimos 50 años ha surgido un tercer grupo de personas, en su mayoría no académicas, que utilizan el término “secta”. Se trata de los llamados “movimientos y activistas anti-sectas”, que definen las “sectas” como grupos que, a diferencia de las religiones, convierten y controlan a sus miembros mediante el “lavado de cerebro”, también llamado “manipulación mental” o “destrucción de la personalidad”.
En 50 años de batallas, los especialistas en nuevos movimientos religiosos, o si se prefiere la inmensa mayoría de ellos, se han pronunciado sobre esta cuestión con gran claridad, seguidos por los tribunales de Estados Unidos y otros países. Tal como lo representan los movimientos anti-sectas, el “lavado de cerebro” no existe. Es sólo una noción pseudocientífica y una herramienta para discriminar arbitrariamente a minorías religiosas y espirituales impopulares. Y, si las definimos como grupos religiosos que controlan a sus miembros mediante el “lavado de cerebro”, las “sectas” tampoco existen, y “secta” es sólo un insulto que hay que evitar. Los llamados criterios para reconocer una “secta” y distinguirla de una religión son, en el mejor de los casos, inaplicables, porque muchas de las mismas características se pueden encontrar dentro de las grandes religiones; en el peor, son un fraude intelectual que justifica la represión y la discriminación.
El 13 de diciembre de 2022, en el caso Tonchev contra Bulgaria, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, revocando su jurisprudencia anterior, dictaminó que llamar “secta” a un grupo en publicaciones oficiales del gobierno constituye difamación y discriminación.
En los últimos meses hemos asistido a trágicos episodios que demuestran lo peligroso que es el discurso que incita al odio y a la discriminación contra los grupos estigmatizados como “sectas”. El 8 de julio de 2022 un hombre mató al ex primer ministro japonés Shinzo Abe, alegando que quería castigarle porque había asistido a dos actos organizados por un grupo vinculado a la Iglesia de Unificación, ahora llamada Federación de Familias para la Paz y Unificación Mundial. El hombre dijo que odiaba a la Iglesia de Unificación, porque 20 años antes su madre había tenido que declararse en bancarrota por las excesivas donaciones que había hecho a esta Iglesia. El 9 de marzo de 2023 un antiguo miembro de los Testigos de Jehová entró por la ventana en un lugar de culto de esta organización en Hamburgo (Alemania) y mató a siete fieles y a un bebé en el vientre antes de suicidarse.
Estos casos son claros. El ex primer ministro Abe y los Testigos de Jehová fueron las víctimas. En los dos casos cabe preguntarse si las campañas de odio de cierta prensa contra la Iglesia de Unificación y los Testigos de Jehová, presentados como “sectas malignas”, no contribuyeron a excitar las débiles mentes de los asesinos.
Sin embargo, en una espectacular inversión de la verdad y la justicia, tanto en Japón como en Alemania, vemos, en cambio, campañas y proyectos de ley contra la Iglesia de Unificación, los Testigos de Jehová y los grupos etiquetados como “sectas” en general, con el argumento de que fueron las “sectas” las que perjudicaron a los asesinos, que, por tanto, estaban, de algún modo, justificados.


Desde que estoy en Argentina estudio con mucha atención el caso de la Escuela de Yoga de Buenos Aires, porque estudiar grupos controvertidos que son objeto de graves acusaciones en los medios de comunicación y en los tribunales es mi profesión y mi especialización. Ya he leído más de 1000 páginas de documentos y actos judiciales, y he entrevistado a varias personas. Mi objetivo no es determinar quién es culpable y quién inocente. Los académicos de la religión simplemente no tienen las herramientas para llegar a estas conclusiones, que corresponden a los tribunales. Sin embargo, pueden estudiar y explicar elementos contextuales sobre los sistemas de creencias y la dinámica sociológica de los grupos, donde, por el contrario, los académicos disponen de herramientas de las que a menudo carecen los tribunales.
Se trata de un estudio en curso, sobre el que sería inapropiado sacar conclusiones. Lo único que puedo anticipar es que – dejando de lado por el momento los hechos concretos relativos a este grupo – mi modesta sugerencia es no utilizar categorías como “secta” y “lavado de cerebro”. Se trata de una consideración general, que vale para cualquier grupo. En los términos en que estas palabras son utilizadas por la prensa y los activistas anti-sectas, la cuestión no es si tal o cual grupo es una “secta” o practica el “lavado de cerebro”. La cuestión es si existen las “sectas” – en estas acepciones del término – y el “lavado de cerebro”, y la respuesta es no. No existen.
Soy muy consciente de que en el contexto argentino actual muchos no estarán de acuerdo. Sin embargo, más de 40 años de experiencia en este campo y de casos en los que he sido asesor, tanto de la defensa como de la acusación, me convencen de que deshacerse de los inútiles y peligrosos conceptos de “secta” y “lavado de cerebro” es la mejor manera de proteger, tanto la libertad religiosa, como la posibilidad de perseguir con éxito a grupos culpables de delitos reales como asesinatos, abusos sexuales, robos, que no deben confundirse con delitos imaginarios, como ser una “secta” o practicar la manipulación mental.